jueves, 21 de julio de 2016

Abrazos

Abrazos. Abrazos fuertes y largos que te exprimen el cuerpo y derrochan puro amor. Otros cortos y suaves, de esos que te llenan de dulzura. Eso recibí estas vacaciones de verano en Cataluña, entre Barcelona y Cambrils. 

Fueron unos días de verano distintos a los de otros años. Al tener solo un par de semanas de vacaciones, las quise diferentes. Sin prisas. Sin planes. Me imaginé como una amazona en la ciudad. Y cumplí mi objetivo. Armada con una cámara fotográfica que me prestaron, y, tras dos lecciones, me lancé a retratar con ilusión Barcelona.  Redescubrí el Parc Güell y el Eixample sola, y Gràcia y la Barceloneta en buena compañía. No faltó una visita a la bella Sitges, a una media hora en tren de Barcelona. Eso sí, con la consiguiente aventura que comporta tomar un tren de Renfe: colas, apretones, errores en las indicaciones etc.

También me compré dos libros. Uno para comentar en el club de lectura de Trondheim en agosto-septiembre, El amante japones de Isabel Allende. Y otro, que me robó el corazón al verlo en el aeropuerto, Los besos en el pan de Almudena Grandes. Ya he devorado el primero y estoy leyendo el segundo.

                                                           Parc Güell 

Pasé tiempo con mis padres. Y con algunos de mis hermanos, que estaban allí. Me mimaron mucho y mi mamá cocinó cosas muy ricas.  Me invitaron a tomar alguna caña, comer deliciosos platos mejicanos, probar helados nuevos... Y lo que no podía faltar es el menú marinero en familia. En Cambrils. En la terraza de un restaurante con vistas al emblemático faro rojo del pueblo.

                               Con mi hermana Berta en Gràcia.


Disfruté de la playa y la piscina con los chicos y mis sobrinos.  Menuda tropa. Había días en que los adultos estábamos derrotados.

  
                                           Reunión familiar en Cambrils.

Quise hacer más cosas, pero un bicho me clavó su aguijón hasta la médula. Anduve algunos días perezosa, recuperándome de la ampolla exagerada de la picadura.

Cuando regresé ayer a Trondheim, encontré el rosal del jardín casa florecido, un sol espectacular y temperaturas altas. Y lo mejor... también recibí abrazos. Fueron como un regalo caído del cielo. Me sentí feliz. No en vano Trondheim es mi otro hogar.