El otro día pasó una cosa curiosa que me dio qué pensar. Esta semana Pau estuvo fuera un par de días por un viaje de empresa. Cuando fuimos a recogerlo, nos encontramos a un colega suyo, que apenas conocemos, y los niños se lanzaron en plancha a por él. Me quedé tan cortada. No supe reaccionar. Me volví a dar cuenta de lo importante qué es para ellos su papá.
A veces, se tiende a olvidar que existe esta figura, y se actúa como si todo lo relacionado con los niños debiera recaer sobre la madre.
Antes de emigrar toda la familia a Noruega, primero vino Pau tres meses antes. Empezó a trabajar, y a vivir en Trondheim, y aparte tuvo que hacer mucha burocracia. Hay quién puede pensar que tres meses son poco tiempo, pero dejó mucha huella en todos nosotros.
Los niños y yo estábamos de acuerdo en mudarnos en poco tiempo, pero esperábamos en Barcelona su visto bueno a dar este paso de gigante. No queríamos precipitarnos tampoco. Fueron unos meses muy duros, aunque desde aquí quiero agradecer a la familia y amigos lo bien que se portaron, mientras yo estuve sola con los crios. También mi más sincero agradecimiento al CEIP Pràctiques 2 y a L'escola bressol El Ratolinet, las escuelas de Arnau y Adrià respectivamente en Barcelona. Y a algunos comerciantes de mi querido barrio de Sants (petons, Cristina!)
Las primeras semanas Adrià buscaba a Pau. Cuando se levantaba, iba a la cocina para que le preparara el desayuno, como era habitual. Al hacer skype o hangout, intentaba tocarlo a través de la pantalla, y lo buscaba por detrás del ordenador (concretamente pensaba que saldría Pau del altavoz) Arnau, en cambio, expresaba lo mal que se sentía, culpabilizándome de casi todo. Había muchos días que se enfadaba por cosas sin importancia, y yo me sentía triste, porque sabía que que lo único que quería era estar con su padre.
Conforme el tiempo pasaba, al quedar con amigos, los pequeños sólo querían ir con la presencia masculina. A mi me preocupaba, pero a la vez pensaba cuánto echaban de menos a su padre, y qué lento pasaba el tiempo.
A mi también me hirió la separación. Cuando nos volvimos a ver, mi pareja y yo, éramos como dos solteros. Pero estar aquí es una aventura excitante. A lo que algunos les llaman dificultades, nosotros los vemos como metas o sueños. Los cuatro estamos aprendiendo a vivir en una cultura de lo más organizada y respetuosa. Hemos aprendido a organizar una nueva economía familiar en un país con necesidades muy distintas al nuestro de origen, y con unos precios, que, a veces, asustan.
Pero hay cosas que se me hacen cuesta arriba, cómo no poder abrazar a los míos, hacer confidencias con las amigas, o simplemente tomar un
cocktail en
Pub Lunatic escuchando música y chistes en tu idioma. Toda una serie de pequeñas cosas, que forman parte de una.
Ahora entiendo la ilusión con que muchos immigrantes en Barcelona compraban el billete de avión a su país, para pasar las Navidades con los suyos. Por cierto, os confirmo que nosotros ya hemos comprado los nuestros para entonces.
Hasta aquí mi reflexión. ¡Feliz finde!